ANÁLISIS | LA MOVIDA
¿Por qué los años 80 son tan míticos?
Rafa Cervera, periodista y autor del libro “Alaska y otras historias de la movida”, analiza en este reportaje por qué todavía se continúa hablando casi con veneración de aquella época. Un periodo contradictorio y mágico en el que igual se increpaba por la calle a músicos como Alaska o Eduardo Benavente por su forma de vestir que se les invitaba a fiestas en las que se codeaban con la jet set.
Da la impresión de que hay cosas que sólo pueden suceder una vez. Por ejemplo, la llamada movida madrileña que se coció al filo de un acontecimiento muy concreto. Franco murió y la gente descubrió su propia libertad. No muy lejos, el punk británico cambió las normas estéticas y estilísticas del pop para siempre y, mientras en España se legalizaba el Partido Comunista, los Sex Pistols cantaban Anarquía en el Reino Unido. Así fue como la semilla para que los 80 fuesen únicos germinó. España se hizo europea, moderna, perdió sus complejos, y tuvo un gobierno de izquierdas entre pelos cardados y teñidos. Alaska y Almodóvar se convirtieron en los iconos de esa nueva cultura definida popularmente como movida. Los 80, al menos en su primera mitad, fueron una época irrepetible para los que vivimos en este país. Quizá por eso tiende a mitificarse.
“Hay un momento en que de pronto la gente pierde el miedo, a la policía, a los vecinos, a la propia familia, al ridículo, a uno mismo”. Lo dice Pedro Almodóvar en la entrevista que sirve de prólogo a Alaska y otras historias de la movida, libro que he escrito llevado por la fascinación que me produce haber vivido de cerca esa época. Intenté que el texto no fomentara los falsos mitos de unos años en los que daba la sensación de que todo era nuevo, a pesar de que ciertas cosas –el tiempo lo ha constatado– nunca cambiarían. Al fin y al cabo, Alaska, Almodóvar, Ceesepe, Alberto García-Alix o Santiago Auserón son artistas absolutamente vigentes que no necesitan recurrir a la nostalgia para mantenerse. Los que ahora rondamos los cuarenta vimos cómo nuestra adolescencia coincidió con una época descaradamente hedonista y creativa de España. Alaska y los Pegamoides cantaban Bailando; La edad de oro acercó a los incrédulos ojos de los telespectadores españoles lo último en música moderna y Almodóvar estrenaba Laberinto de pasiones.
Sin duda aquel fue un momento heroico para algunos de los implicados. Entre i980 y i98i, Alaska, Carlos Berlanga y Nacho Canut –entonces miembros de los Pegamoides– se dejaban caer todas las tardes por el número i4 de la madrileña calle de la Palma. Iban a ver a Costus, dos pintores cuya casa se convirtió en punto de reunión para unos cuantos elegidos.
Allí, entre otros, coincidían Paloma Chamorro (que en i980 era la presa favorita de los censores de TVE), Bernardo Bonezzi (con i3 años había fundado Los Zombies), Pedro Almodóvar (que filmó algunas escenas de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón entre aquellas paredes) y Fabio McNamara (artista inclasificable de locuaz genialidad). Allí ocurría de todo, aunque aseguran sus visitantes que había más drogas que sexo.
En el libro, Capi, cazatalentos y productor discográfico, recuerda: “El único momento lascivo que presencié fue entre Olvido y Eduardo [Benavente, batería de Pegamoides y novio entonces de Alaska]. Aquello era un convento”. Capi recuerda también lo mucho que se asustó Alaska –que tan sólo tenía i5 años– cuando leyó el guión de Pepi... y descubrió que su personaje tenía que someter a Luci (Eva Siva) a una lluvia dorada. “A mí me sorprendía mucho su naturalidad frente a las guarradas que yo le proponía en el guión –cuenta Almodóvar–... Como es tan educada, Olvido no decía nada y yo no podía imaginar que lo pasara mal... Me tranquiliza porque eso demuestra que a los i5 años, a pesar del pelo y del maquillaje, era una chica normal”.
El mundo exterior no aceptaba fácilmente lo que en casa Costus se cocía. La sede de Fuerza Nueva estaba demasiado cerca y sus militantes la tenían tomada con el siempre extravagante Fabio, auténtico rey del glam hispano, que más de una vez subió ensangrentado al piso a causa de los golpes que le propinaban.
Por sus pintas punks, Alaska y sus amigos fueron increpados más de una vez por los menos tolerantes. La permisividad no estaba al alza en aquella época. Si el look new wave que lucía Alaska llamaba la atención por la calle, en otros ámbitos podía resultar explosivo. Los Pegamoides fueron saludados con una lluvia de objetos cuando, en mayo de i98i, actuaron en la madrileña Plaza de las Ventas. Esa noche, Fabio les presentó –como solía hacer casi siempre en aquellos días– vestido con un traje de flamenca hecho por Costus. Lo malo es que sus amigos actuaban en un festival heavy.
Siniestros. Fuera de Madrid las cosas no funcionaban mucho mejor. En el verano de i982, Pegamoides dieron casi cien conciertos. Bailando era una de las canciones de la temporada, pero ellos, siempre en vanguardia, ignoraban que, en la España profunda, la siniestrez de sus modelos musicales –Killing Joke, Siouxsie, Bauhaus– era un enigma. “En general aquellos conciertos no gustaban”, recuerda Pito, entonces road manager del grupo, además de amigo íntimo de sus componentes. “Yo acababa siempre cabreado. Desde arriba a ellos les parecía fantástico porque veían las primeras filas de petardas y estaban felices. Pero yo, que me movía entre el público y oía los comentarios, sabía que no gustaban”.
Encima, coincidían con sus odiados Mecano, a los que consideraban intrusos por la siguiente razón. Según Alaska: “Nunca hemos tenido nada en contra de los grupos prefabricados, pero sí contra los que lo son y se ofenden si se lo dices. [Mecano] Componían sus propias canciones pero... aquellas portadas, cuando vimos la primera dijimos: ‘Esto tiene que ser una broma’. Se tomaban tan en serio a sí mismos que daban risa”. Finalmente, Mecano vendió medio millón de copias de su primer álbum frente a las 50.000 del Grandes éxitos de los Pegamoides.
Así pues en los 80 no todo lo que relucía era oro. No obstante pasaban muchas cosas, continuamente, a toda velocidad. Hubo momentos muy especiales. Como cuando Andy Warhol visitó Madrid, originando un cataclismo social sin antecedentes. Lo trajo el marchante y coleccionista Fernando Vijande, que concertó la operación con el financiero Jacques Hachuel. Warhol expuso Pistolas, cruces y cuchillos en la Galería Vijande en enero de i983 y, durante los días que pasó en la capital, se sucedieron las fiestas, a cada cual más lujosa.
Fue en algunas de ellas donde la jet-set se acercó a los personajes de la movida. Familias como los March y los Fierro ofrecieron recepciones en honor al padre del Pop Art en las que Berlanga, Bonezzi, Almodóvar y Sigfrido Martín Begué coincidieron con Isabel Preysler, Antonio de Senillosa y Pitita Ridruejo. Hachuel contrató a Dinarama+Alaska (entonces la cantante era sólo una colaboradora en el nuevo grupo de Carlos Berlanga y Nacho Canut) para que actuaran para Warhol. Tras Dinarama salieron al escenario en plan espontáneo Almodóvar y McNamara.
Cuatro meses después moría Eduardo Benavente, miembro de la formación clásica de los Pegamoides y fundador de Parálisis Permanente. Un accidente de tráfico segó su vida cuando su carisma auguraba un futuro brillante. Eduardo era el gran rebelde del pop español. Su música era agresiva y su imagen inquietante. Junto a la también ex pegamoide Ana Curra –que para entonces formaba parte también de Parálisis Permanente– formaba una de las parejas más deseadas del momento, algo que fomentó la portada del primer álbum de éstos, El acto, en la cual, Pérez Mínguez retrató a la pareja en medio de una fantasía sadomaso.
Benavente falleció el 15 de mayo de 1983. Parálisis ya había grabado un concierto para un nuevo programa de televisión, La edad de oro, que se estrenó en directo dos días después. Paloma Chamorro, su creadora y directora, ponía en marcha, después de años de trabas, un ambicioso proyecto: música en directo en un plató de TVE, con entrevistas sobre música y artes plásticas.
“Presenté la idea en 1980 –recuerda Chamorro–. Los responsables de programas musicales comenzaron a llamarme intrusa. A continuación, Leopoldo Castedo, el director general de TVE, fue destituido y al puesto llegó Carlos Robles Piquer, cuñado de Fraga. Con él concluyó un periodo de cierta apertura en televisión. Y la idea, concebida por alguien como yo, tantas veces censurada en la casa, quedó de nuevo congelada. Yo estaba bastante mal vista, tenía fama de roja y atrevida, era una chica atípica, ya que dirigía un programa en una época en la que una mujer no podía ser juez”.
La llegada de los socialistas al poder propició que el proyecto cuajara. Para el primer programa, Chamorro reunió a Kaka de Luxe, el grupo semilla de la movida (del cual surgieron Pegamoides, Dinarama, Ejecutivos Agresivos, Radio Futura y La Mode). Lo que debió ser motivo de celebración (si en vida los Kaka no se llevaban del todo bien, reunirlos cinco años después no fue nada fácil) estuvo teñido por el dolor de la pérdida de Eduardo. “En la movida todos éramos muy divos y nos queríamos mucho –cuenta Enrique Sierra, miembro fundador de Kaka que entonces ya estaba en Radio Futura–, pero nos poníamos a parir a la mínima de cambio. De repente, encontrarte allí, con todos viboreando... Ya no teníamos nada que ver, ni en lo personal ni en lo musical”.
En i983, la euforia vital y creativa que parecían poseer ciertos sectores capitalinos empezaba a contagiar al resto de España. Los fanzines se multiplicaban, los sellos independientes plantaban cara a la industria establecida y los programas de Radio 3 se encargaban de difundir a través del éter tanta novedad.
El cambio político del PSOE llegó acompañado de un cambio generacional en la música, el mismo que propiciara Kaka de Luxe al formarse en i978 en el Rastro. Lentamente, las bandas que sólo un par de años antes eran de culto, comenzaron a vender más y más: Loquillo, Gabinete Caligari, Siniestro Total o Radio Futura competían con otras bandas pop aparecidas al amparo de la modernidad como Mecano, Olé Olé y Hombres G.
El cine de Almodóvar, convertido en el estandarte audiovisual de la movida (debido en parte a sus dos primera películas, Pepi... y Laberinto de pasiones) ganaba nuevos admiradores dentro y fuera de España y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? lo consagró definitivamente. “La película narra las tribulaciones de un ama de casa, de clase social baja –comenta el director–. El hecho de que no fuera indiferente a la realidad social influyó en que me miraran con otros ojos, algo tipo: ‘Bueno, además de ser moderno, parece que tiene corazón’”.
Entre i984 y i985, el poder político usaba la movida como plataforma promocional de su proyecto de cambio. Pero lo cierto es que el supuesto cambio no era tan profundo. Dinarama triunfaba en Madrid, Valencia o Barcelona, pero en las fiestas de algunos pueblos recibían abucheos acusándolos de hacer play back. Paloma Chamorro fue juzgada por blasfemias cuando en La edad de oro apareció en un vídeo, durante unos segundos, un cristo con cabeza de cerdo. No surgió ningún equivalente cinematográfico a Almodóvar y la Guerra Civil siguió siendo el tema favorito de los realizadores patrios. Gabinete Caligari y Loquillo se convirtieron en bandas de éxito, pero nunca alcanzaron las cifras de Olé Olé o Mecano. El templo de la movida, la sala Rockola, fue clausurado tras una pelea a sus puertas que se saldó con un muerto. En cuanto a Dinarama, alcanzó el éxito con Deseo carnal mientras Alaska se convertía también en estrella catódica presentando un programa infantil atípico: La bola de cristal.
Una época contradictoria, sin duda, pero mágica al fin y al cabo. Como contesta Almodóvar a la pregunta de si es bueno recordar aquellos años: “Hay cosas que no podemos recuperar, por ejemplo, nuestra juventud. Imposible evitar que de i980 a 2002 todos hayamos envejecido 22 años, pero sí habría que tratar de recuperar la misma libertad y la misma alegría de entonces... También sé que después de la fiesta viene la resaca (los brasileños que son muy sabios hacen de la resaca una nueva fiesta), y muchos de los que vivieron aquellos años de extrema libertad lo pagaron con su vida, pero eso no debe convertirnos en moralistas y mucho menos en retrógrados... Respondiendo a la pregunta, sí es bueno recordar aquellos años en los que disfrutábamos tanto que no tuvimos tiempo de analizarlos, tampoco lo necesitábamos”.
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